martes, 19 de junio de 2012

veinte y cinco años.

Paso por delante muy a menudo. Y les puedo asegurar que cada vez que paso, y no hay ni una sola vez que me escape, no puedo dejar de imaginarme las escenas que se vivieron hoy hace justamente veinte y cinco años.
Les hablo, claro está, del atentado de ETA en el Hipercor de la Meridiana de Barcelona. Hay hicieron estallar un coche bomba con treinta kilos de amonal y cien de gasolina.
A las cuatro y diez minutos de la tarde de tal día como hoy, pero de hoy hará veinte y cinco años, 21 personas dejaron la vida y 45 salieron con unas heridas de las que hoy todavía sufren secuelas.
Y si yo, que no tenía ningún familiar ni conocido, aunque en sufro secuelas psicológicas, no me quiero ni imaginar qué sienten los familiares directos y que sentirán hoy cuando todos hablamos.
Por eso me quito el sombrero ante el gesto que se produjo la semana pasada, cuando uno de los heridos graves, Robert Manrique, durante años presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en Cataluña, se entrevistó en la cárcel de Zaballa con Rafael Caride Simón, el cerebro y autor material del atentado más sanguinario de ETA. Piel de gallina oyéndole hablar.
Quisiera ser capaz de decirles que si a mí me mataran la pareja o un hijo haría lo mismo. Pero no lo sé y no creo que nadie pueda hacer cábalas sobre qué haría. No se deben poder hacer hasta que te encuentras.
Admiro el gesto, de las dos bandas, como admiré en su momento el perdón público a los asesinos de su padre hecho por una de las hijas de Lluch.
No sé qué decir. Sólo me puedo limitar a constatar que, afortunadamente, algunas cosas que hasta ahora me parecían impensables están produciendo. Y que eso es bueno.

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